Es por todos conocidos el viejo refrán castellano que indica que «una cosa es predicar y otra dar trigo”. Hora es, pues, de repartir las correspondientes raciones de realismo político, alejándonos de soflamas de campaña electoral, más dirigidas, por desgracia, a la parte emocional que a la racional del ciudadano.
No dejo de escuchar lo legitimados que se encuentran unos y otros para pactar o no hacerlo. Y todo ello puede ser hasta saludable. Y digo bien: «puede ser» por que los ejemplos habidos hasta la fecha de pactos, consensos y acuerdos, tripartitos o pentapartitos, no han sido demasiado edificantes, sin olvidar que ni todo se puede pactar ni que no todos pueden acordar con todos los demás, tanto por cuestiones programáticas como por relaciones interpartidistas.
Si atendemos a lo que se explica en el primer curso de Derecho constitucional, además de dotar de legitimidad al sistema democrático, la otra función básica del proceso electoral es el logro de la gobernabilidad. A veces, sólo a veces, esta aseveración, que es de «parvulitos políticos», queda demasiado olvidada. Se elige, se legitiman las opciones, sí, pero se obvia el otro factor evidente: la elección legítima se lleva a cabo para gobernar, para tomar decisiones, para «mojarse». No queda otra. Y así debe ser: nadie vota o resulta elegido si no es para intentar que se implementen una u otra manera de entender la política y de solucionar los problemas cotidianos, dentro de ese diálogo entre gobernados y gobernantes al que aludía la mejor doctrina francesa.
Aludo así al logro del gobierno para reeditar o cambiar políticas. Tanto los partidos emergentes (que ya han pasado a ser «emergidos», que ya son uno más en la toma de decisiones), como los clásicos se juegan mucho en estos días. Pero sobre todo los primeros. No se entendería que, después del correspondiente y lógico «tira y afloja» entre los partidos mayoritarios y los partidos «bisagra», no consiguieran entre todos dotar de estabilidad a una situación tan compleja como la resultante de las urnas. Los primeros deben recoger políticas de los últimos; y éstos deben recordar también que un apoyo minoritario no puede, no debe basarse, en posicionamientos maximalistas, salvo aquellas que afecten a su propia esencia en relación con sus propuestas políticas realizadas.
En suma, que Susana Díaz y Cristina Cifuentes pueden (y deben) gobernar Andalucía y Madrid. Con el apoyo de Ciudadanos o de Podemos. Gobierna la mayoría, del PSOE o del PP respectivamente, con un gobierno de coalición o con apoyo parlamentario. Ciudadanos o Podemos, en estos casos, condicionan e influyen, pero son minorías, necesarias sí, pero minorías. Tirios y troyanos deben recordar que está en juego algo más que su propia legitimación y posibilidades de gobierno. Están en juego las necesidades de sus ciudadanos y el interés general.
Y olvídense todos de elucubrar sobre si son «galgos o podencos»; aléjense pues de discusiones estériles que no facilitan sino que perjudican o pueden imposibilitar el deseable acuerdo. Claro que creo que la democratización de todos los partidos políticos es manifiestamente mejorable; pero considero, por ejemplo, que Ciudadanos se extralimita con esa defensa de las primarias como cuestión intocable para poder alcanzar un pacto; mucho más si sabemos que ellos mismos han tenido que cambiar candidaturas elegidas de ese modo en municipios madrileños tan relevantes como Getafe y Móstoles.
Considero que esta discusión, además de «meter ruido en el sistema», desentona con el resto de medidas que conforman el acertado «pacto anticorrupción», que dicho partido ha presentado como «línea roja» para tratar posteriormente temas como la sanidad, la educación o los servicios de transporte que, estos sí, nos afectan a los ciudadanos, no a unas organizaciones políticas que siendo autónomas en su organización (y siempre que la misma sea democrática, tal y como destaca el artículo 6 de nuestra Constitución y concretiza la Ley orgánica 6/2002 de partidos políticos), deciden cómo elegir a sus órganos internos y futuros representantes.
Discútase sobre lo principal y olvídese lo accesorio. Acuérdese lo que afecta al ciudadano y no entremos en “ombliguismos” organizativos. Lo contrario nos puede conducir a un nuevo pronunciamiento electoral que creo, no es deseable. Las musas ya han bajado al teatro, decía Lope de Vega. La representación ha empezado y no puede interrumpirse. Cumplan los actores legitimados con su papel y formen gobiernos estables; y no se olviden que el pueblo soberano les está observando.
José Manuel Vera Santos es Catedrático de Derecho constitucional en la Universidad Rey Juan Carlos